Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

Del Ferrocarril al Petróleo

* La guerra por el poder y el dinero

(Primera de dos partes)

 

La discusión política ahora se ha centrado en reformar o no la industria petrolera mexicana. Cada partido opera conforme a sus intereses, mezquinos o nacionalistas, según el caso.

Pero, ¿cómo comenzó todo?. La historia que culmina en 2008 no parte de 1938, dio inicio hace más de 140 años. En el desarrollo se entretejen sucesos increíbles —quién financió la Revolución Mexicana— y apellidos que vuelven a sonar. Una minuciosa investigación que el autor de estas líneas realizó hace 25 años, cobra vigencia tras los últimos acontecimientos.

La Guerra por el Petróleo comenzó en México con La Guerra por el Ferrocarril.

En los últimos años de la década 1860-70, ciertos inversionistas norteamericanos solicitaron concesiones para construir y operar líneas ferroviarias.

Se concedieron algunas que caducaron al vencerse el plazo para comenzar a operar.

México acababa de sufrir las derrotas que le costaron parte importante de su territorio. El gobierno prefería integrar a los europeos a la economía nacional antes que ceder con los americanos.

Vicente Riva Palacio, ministro de Fomento, ofreció a los ingleses pagarles la deuda con la condición de que reinvirtieran en México en mil kilómetros de vía, pero no aceptaron.

Guillermo Prieto también se oponía a la inversión norteamericana: “Existe para México un peligro cuyo nombre adivina el patriotismo, aunque la pluma se niegue a trazarlo”.

El general William S. Rosencranz, ministro plenipotenciario de Estados unidos en México de julio de 1868 a junio de 1869, solicitaba concesión proponiendo hacer un ramal que conectara con su país, y Porfirio Díaz lo apoyaba financiando un  periódico, “El Ferrocarril”, en el que trataba de convencer a la opinión pública y al gobierno de que el llamado “Proyecto Rosencranz” era el mejor para la nación.

El presidente Sebastián Lerdo de Tejada no opinaba igual, decía que “entre los Estados Unidos y nosotros, el desierto” y de entre varios aspirantes, como el general Ulises S. Grant, aprobó la solicitud de Edward Lee Plumb.

Sale a la luz el “Plan de Tuxtepec” y Porfirio Díaz se va a Estados Unidos, de donde regresa con armas y dinero para derrocar a Lerdo.

Es conocida la armonía del presidente Díaz con los inversionistas norteamericanos durante muchos años, sin embargo, importantes sucesos en Estados Unidos determinaron un cambio de actitud de parte del gobierno de México.

En 1870 comienza a formar John D. Rockefeller su emporio petrolero que, después de varios cambios, se constituye, en 1904, como la Standard Oil Co., en ese momento la empresa más poderosa del mundo; controla casi el 90% de la producción petrolera de Estados Unidos y la fortuna personal de Rockefeller es de más de mil millones de dólares; controla también, en gran medida, la economía norteamericana y sostiene un enfrentamiento judicial con el gobierno, acusada de prácticas monopólicas, que se decide, de hecho, a favor de la empresa.

Ante tales acontecimientos y con el temor de que los empresarios americanos, concretamente la Standard Oil, controlen también la economía mexicana, empieza Porfirio Díaz a voltear la mirada hacia Europa. Edward L. Doheny, de la Mexican Petroleum Co., es presionado por Díaz para que no se asocie con la Standard.

El contrapeso que opone el gobierno mexicano a los intereses norteamericanos se llama Weetman Dickinson Pearson, inglés que tiene la concesión para operar la línea ferroviaria del Istmo de Tehuantepec, quien encuentra petróleo y forma la Mexican Eagle Oil Co. Ltd., que después transforma en Compañía Mexicana de Petróleo El Águila; sus socios minoritarios son Porfirio Díaz Jr., Enrique Creel, secretario de Relaciones Exteriores y Guillermo de Landa y Escandón, secretario de Guerra y Marina. Para 1910, controlan casi el 70% de la industria en México y con ventas por $4,139,554.00 (pesos), pagan $26,000.00 de impuestos (poco más de la mitad del uno por ciento).

En Inglaterra, ante la cantidad de divisas que lleva Pearson, lo postulan y entra a la Cámara de los Comunes, después a la de los lores con el título de Lord Cowrdray.

Los Ferrocarriles, en 1908, por convenio del gobierno con las empresas extranjeras, quedan constituidos y ubicados legalmente en México, y Limantour —secretario de Hacienda mexicano— declara al congreso que la medida se tomó porque había que detener “el colosal empuje” de los norteamericanos, dado que todos conocen “el peligro de que nuestras principales arterias de tráfico pasen a poder de alguno de los sistemas de ferrocarril de Estados Unidos”.

A la Standard Oil no le agrada el giro que da a los negocios el gobierno mexicano y apoya a Madero quien, desde San Antonio, Texas, lanza su Plan de San Luis.

Pero cuando Madero toma posesión de la presidencia, su actuación es netamente nacionalista y ordena a las compañías petroleras que se registren y declaren el valor y la composición de sus propiedades ya que esto servirá de base para fijar el monto de la indemnización, en el caso de que sean expropiadas; además, decreta un impuesto de 20 centavos por tonelada de petróleo.

Ante esta situación, las compañías petroleras norteamericanas advierten a Madero que no ha cumplido con entregar los ferrocarriles del Istmo —de Pearson—  a los Ferrocarriles Nacionales —mayoritariamente norteamericanos— y la industria petrolera a la Standard Oil Co. El conducto para hacer tales advertencias es el capitán Sherburne G. Hopkins —conocido como promotor de revoluciones en Latinoamérica—, aunque debe aclararse que probablemente los arreglos anteriores con los norteamericanos los haya hecho Gustavo A. Madero.

Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México, recibe dinero y órdenes del petrolero Doheny y determina la suerte de Madero, quien es asesinado el 22 de febrero de 1913.

Hay que hacer notar que en Estados Unidos estalla un escándalo cuando los tribunales investigan a Doheny y descubren manejos sucios con uno de sus empleados, Albert B. Fall, quien es senador y después secretario del Interior; por tal motivo sus propiedades pasan a formar parte de la Standard Oil Co.

Tras el asesinato de Madero, se impone como presidente Victoriano Huerta, quien no solo no elimina sino que aumenta el impuesto a la tonelada de petróleo de 20 a 75 centavos. Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, descubre un plan inglés para eliminar los intereses petroleros americanos en México; su enviado ante Huerta es John Lind —8 de agosto de 1913 al 6 de abril de 1914— quien comienza a adquirir armas para los carrancistas por medio de Mister Flint.

El gobierno americano financia a Carranza aceptando el papel moneda de la Revolución a 9 centavos por peso, con la condición de que al triunfar lo pague íntegramente.

El consignatario de las armas y quien las entrega a los carrancistas es el capitán Hopkins, que también recibe dinero de Henry Clay Pierce, accionista importante de la Standard Oil Co.

Hopkins obtiene la seguridad de que se nombrará a su amigo, el ingeniero Alberto J. Pani, como director general de Ferrocarriles y se lo transmite a Pierce. Doheny por su parte comienza a dar dinero a Carranza en 1913, en forma de pago anticipado de impuestos.

José Vasconcelos recibe dinero de Henry Clay Pierce para arreglar con Carranza el asunto de los ferrocarriles y trabaja haciendo mancuerna con Hopkins.

El 15 de julio de 1914 renuncia Victoriano Huerta a la presidencia y el 13 de agosto siguiente se firman los Tratados de Teoloyucan. Incauta el gobierno carrancista los Ferrocarriles y el 4 de diciembre de 1914 nombra a Pani director general de los Ferrocarriles Constitucionalistas; posteriormente rescinde la concesión del Ferrocarril  Nacional de Tehuantepec a W.D. Pearson, quien vende sus acciones de la Compañía de Petróleo El Águila a la Royal Dutch Shell, empresa anglo-holandesa que se formó a partir de una empresa petrolera y una naviera, petróleo y transporte juntos (continuará).

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